Muy doloroso
Por Enrique M. Martínez (***) Publicada originalmente en Página/12, el 29 de mayo de 2023.
Un país como Argentina debería importar solo una gama acotada y pequeña de alimentos. Café, frutos tropicales, algunas frutas en contra estación, como naranjas o frutillas. Nada más.
Todo lo que exceda esa lista se debe a consumo vocacionalmente exclusivo o a incapacidad propia de desarrollar y apuntalar esas producciones. El caso típico es la banana, ya que Salta y Formosa podrían holgadamente proveer nuestro consumo en gran parte del año. Sin embargo, reaparece la intención de usar la importación como instrumento de control de la inflación.
En esta área y en actual contexto argentino, hay dos razones para que la inflación de un alimento se destaque del promedio:
a) Porque una empresa es hegemónica y toma ventajas en un contexto de inestabilidad general y de expectativas negativas.
b) Porque la oferta primaria está distribuida entre gran cantidad de pequeños productores y hay intermediarios comerciales que administran el mercado.
En ambos escenarios hay actores que controlan aspectos clave de la comercialización y actores pyme y familiares que son prácticamente invisibles para la política pública, que se acomodan a las circunstancias que definen los eslabones dominantes.
En tal contexto, importar bienes, sin modificar las relaciones de poder económico al interior de la cadena de valor, es muy poco probable que beneficie a los consumidores y es casi seguro que perjudique a los productores más débiles de la rama, llevándolos incluso a correr el riesgo de desaparecer, aumentando así la concentración y la arbitrariedad que aparentemente se quiere evitar.
Eso sucederá porque el eslabón más poderoso de la cadena siempre tendrá elementos para derivar hacia otros los efectos de medidas genéricas, como importaciones subsidiadas, suspensión de exportaciones, congelamiento o control de precios que abarquen a todos los actores de la rama, etc.
Así sucedió, por ejemplo, con la suspensión de exportaciones de lácteos o de farináceos en el pasado, que hizo que las exportadoras desplazaran con su mayor oferta a sus competidoras más pequeñas del mercado interno, quedando en condiciones de fijar precios más adelante.
El único modo de intervenir en actividades con tantas asimetrías internas es focalizar las decisiones, o sea: dirigirse a disminuir el poder de los hegemónicos y/o aumentar el peso de las empresas más pequeñas.
Disminuir el poder de los actores hegemónicos es posible en algunas ramas de la industria alimenticia estableciendo controles o congelamientos temporarios para productos definidos de empresas definidas, que son las que han hecho uso de poder en la carrera inflacionaria.
Aumentar el peso de las empresas más pequeñas es posible en todas las ramas alimenticias.
La constitución real y efectiva, evitando el habitual show mediático, de mercados de cercanía administrados de modo público/privado, para que los productores de frutas y verduras lleguen en forma directa a los consumidores es un camino eternamente reclamado y nunca concretado.
La financiación generosa de stocks en elaboración a las cooperativas o pequeñas industrias yerbateras, azucareras, arroceras, legumbreras, aceiteras es otra manera. La constitución de stocks regionales de productos elaborados por pyme, financiados por entes públicos, que releven a las industrias de esa pesada carga, es una tercera manera.
La difusión de modelos donde actores comunitarios no pierdan la propiedad de los productos de la tierra, sea trigo, maíz, leche o cualquier otro insumo alimenticio básico que luego se transforma industrialmente, como sucede con la uva o a veces con las aceitunas, podemos considerar que es una etapa superior de organización de la provisión alimenticia a escala local.
Más allá de la enumeración de medidas posibles y necesarias, que podría ampliarse más y más, es muy doloroso tener que hacer referencia a medidas como la anunciada, que parecen surgidas de un manual básico de economía elemental. No solo por su seguro fracaso, sino por el implícito social que hay detrás de la concepción misma de la idea.
Creer que el rumbo económico se timonea teniendo como interlocutoras solo a un pequeño grupo de empresas, a las cuales se las influencia solo con instrumentos como aranceles, tasas de interés o desgravaciones, es miope.
Pero negar la existencia de miles y miles de actores que quedan fuera del radar público y que son condenadas a trabajar eternamente a la defensiva es ciego. Y eso no es una limitación física, evitable, es una limitación mental.
(***) Ex presidente del INTI. Coordinador del Instituto para la Producción Social (IPS).