En su edición del martes 24, el diario La Nación publicó una columna del secretario de Política Económica, Sebastián Gallani, bajo el título “Si la economía crece, la pobreza seguirá bajando”. En la nota, el funcionario utiliza argumentos que hasta el Banco Mundial ha desmentido y toma el ejemplo de Chile, un país que redujo la pobreza en forma virtual, cambiando los parámetros de medición. Cuáles son las falacias del viceministro.
Tomando el último informe del INDEC, Sebastián Gallani, el responsable de Política Económica del gobierno de Mauricio Macri, se entusiasma por la baja del 30,3 al 25,7 por ciento que midió ese organismo. Las cifras, siempre manipulables, indican en realidad que la pobreza más que “bajar” volvió a los índices que mostraba en 2015 el Observatorio de la Pobreza de la Universidad Católica, una medición que Cambiemos consideraba por entonces sagrada.
Gallani sostiene que la solución a la pobreza es que el país crezca un 4 por ciento en 2019 y mantenga esa expansión en los años siguientes. “Una economía que se expande sostenidamente genera empleo con salarios reales crecientes. A menos que ese proceso aumente mucho la desigualdad, la pobreza bajará”, sostiene en su columna. Pese a que abre el paraguas advirtiendo sobre la desigualdad, el funcionario sostiene con esta aseveración la obsoleta fantasía de que el crecimiento económico por sí solo mejora la economía de todos, la consabida teoría del derrame.
El Informe de Roma, que lideró en 1972 la economista Donella Meadows, ya advertía que esta falacia sobre el crecimiento como motor de la superación de la pobreza llevaría a una crisis ambiental derivada de la idea de que aumentar la explotación de recursos era indispensable para inflar los índices de crecimiento. También concluía que esas políticas no tendrían como contraparte la reducción de la pobreza porque el problema real está en un sistema basado en la exclusión y el lucro.
Con comprensible tibieza, un documento del Banco Mundial publicado el 10 de abril de 2014 bajo el título “El crecimiento no basta para poner fin a la pobreza”, acepta que aquello que parecía la gran solución no puede ser refrendado en la práctica. En el informe, el presidente del Grupo Banco Mundial, Jim Yong Kim, advertía: “Aunque todos los países crecieran al mismo ritmo que lo han hecho durante los últimos 20 años, y aunque la distribución del ingreso no se modificara, la pobreza mundial solo se reduciría en un 10 % para 2030, a partir del 17,7 % en 2010. Esto sencillamente no basta. Para terminar con la pobreza extrema debemos poner especial énfasis en lograr un crecimiento más inclusivo e incrementar el número de programas orientados a brindar asistencia a los pobres en forma directa”.
Naturalmente las recetas del Banco Mundial, enmarcadas en un asistencialismo que no pone en cuestión el sistema capitalista neoliberal que genera la pobreza, no son tampoco la solución al problema. Pero la admisión de que el crecimiento no es condición suficiente desmiente el optimismo de Gallani.
El número antes que la solución
¿Cuál es la propuesta de Gallani para superar la pobreza en la Argentina? Copiar el “modelo” chileno. “(Chile) es un buen punto de partida para contrastar si el crecimiento ha dado lugar a caídas sostenidas en la pobreza. En 2013, el Ministerio de Desarrollo Social aplicó una reforma sustancial en la metodología para calcular la tasa de pobreza, que se aplicó de manera retroactiva hasta 2006. Los datos confirman el éxito que ha tenido Chile en la reducción de la pobreza. Según la metodología tradicional de medición, la pobreza alcanzaba a más del 38 por ciento de la población en 1990 y cayó hasta menos del 8 por ciento en 2013. De manera similar, la pobreza cae de 29 por ciento en 2006 al 11,7 por ciento en 2015”, detalla Gallani en su columna.
Vale decir que la pobreza se supera sin problemas con un simple cambio en su medición. Oficialmente Chile tiene 11,7 por ciento de pobres, pero si no hubiese cambiado la forma de medirla superaría el 20 por ciento. La Fundación Sol, publicó un estudio llamado “Pobreza y fragilidad del modelo chileno”, que estima la cifra real en un 27 por ciento de pobres.
El propio funcionario argentino admite que el índice chileno “no es comparable con el argentino, pues nuestra línea de pobreza toma un valor superior al de la línea chilena”. Si se hiciera el enroque de métodos entre los dos países, resultaría que Chile subiría la cantidad de pobres y la Argentina la bajaría, sin que hiciera falta modificar nada, una jugada que cualquier ilusionista envidiaría.
El problema es que los pobres seguirán allí donde están, por más malabarismos estadísticos que se intenten. La opinión de Gallani demuestra que en el ideario del Gobierno, la única idea que prevalece para atender las necesidades más urgentes de la población es que en el mejor de los casos el país pueda crecer dentro de un año al 4 por ciento y mantenerse así durante un largo período con la ilusión de que la rapiña del capital concentrado no sea tan excesiva y deje alguna migaja a los pobres. Una política de pura fantasía cínica. Mientras tanto, nada.
El responsable de Política Económica podría revisar estudios como el que en 2007 presentaron los economistas Sabina Alkire y James Foster, de la Universidad de Oxford, que cuestionaron la idea de que el crecimiento baste para superar la pobreza y postularon una nueva metodología para medirla de forma multidimensional, que no sólo se basa en el ingreso familiar, sino también en otras dimensiones como salud, educación y condiciones de vida: acceso a electricidad, agua, desagüe, entre otros. Esa propuesta permite analizar con mayor precisión las necesidades y planificar políticas públicas que las atiendan con mayor efectividad.
De paso, la oposición también podría salir del papel de analista crítico de la situación y empezar a plantear propuestas concretas. Gobierna en muchas provincias y municipios en los que podría ensayar soluciones que demuestren que hay más alternativas que la de sentarse a esperar lo que nunca sucederá.
Eduardo Blanco
Editor Red PP