La creación de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP) es un paso adelante para el sector más postergado en el reconocimiento de sus derechos económicos. Reproducimos una columna enviada por Jocha Castro Videla, militante del Movimiento Evita de Salta, en la que reseña la historia de las organizaciones y los desafíos futuros que enfrenta el flamante sindicato.
Jocha Castro Videla*
Más Dios ha de permitir
que esto llegue a mejorar,
pero se ha de recordar
para hacer bien el trabajo,
que el fuego pa calentar,
debe ir siempre desde abajo.1
La Economía Popular es un concepto que está cada vez más presente en cualquier análisis o conversación sobre situación política y de política pública. De hecho fue mencionada más de una vez por Alberto Fernández, primero como candidato y luego ya como presidente, destinándole a la Economía Popular, sus protagonistas y sus organizaciones un rol preponderante en la Argentina actual y futura. “La Economía Popular llegó para quedarse.” Las organizaciones del sector celebramos como un logro haber visibilizado y puesto en agenda el trabajo diario de casi 4 millones de compañeros y compañeras en todo el país. Pero como todo, corremos el riesgo de que la Economía Popular pase a ser un caballito de batalla más de políticos y políticas con buenas intenciones pero sin conocimiento real de nuestra historia, nuestro marco teórico (que existe),
nuestras problemáticas, tensiones y las soluciones que nos vamos dando. Desde lo más pequeño y cotidiano hasta lo más grande y a largo plazo.
El pasado 21 de Diciembre realizamos el lanzamiento público de la UTEP (Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular) con la presencia de delegados y delegadas de Salta y todo el país, el ministro Daniel Arroyo, legisladores nacionales y referentes políticos. Lo hicimos un 21 de Diciembre como un acto de memoria de lo que fueron aquellos días, aquellas luchas y aquellos muertos/as del “argentinazo” del 2001. Porque sabemos que venimos de ahí, de los desbordes que se generan como estallidos cuando el cauce del río no logra contener nuestra fuerza, potencia y energía. La política pública de la década del 90 en Argentina profundizó y actualizó el modelo económico impuesto desde el Norte en nuestro país a través de la dictadura cívico-militar del 76-Durante esos años comenzamos a visibilizar en nuestro país el fenómeno creciente del
desempleo, del hambre, de la indigencia. Lo hicimos como pudimos desde los modos y herramientas que los sectores populares conocemos y nos damos. Estallamos en Cutral Co, en Tartagal y Mosconi, en el Puente Avellaneda y en cientos de puntos a lo largo y ancho del país, al costado de rutas y puentes. Nos organizamos en lo que fue el fenómeno de los movimientos de trabajadores excluidos, desempleados, desocupados, sin trabajos. Reivindicando siempre nuestra identidad de trabajadores y trabajadoras, no solamente de desocupados o excluidos. Como siempre lo hicimos nos fuimos dando y creando las soluciones parciales a esta novedad que era para nosotros y nosotras que el “mercado laboral” ya no solo no nos necesitaba, sino que ni siquiera conformábamos el famoso
“ejercito de reserva” con alguna remota posibilidad de ingresar al mercado, sino que el sistema nos decía que ya ni siquiera nos necesitaba para explotarnos.
Una de nuestras líneas de pensamiento (si, porque además de tener pensamiento tenemos varias líneas que se complementan y discuten entre si enriqueciendo la cuestión) ubica allí nuestro nacimiento como sector, los y las “compañeros que tuvieron que salir a inventarse el trabajo, revolver la basura en la noche fría para juntar plástico, papel y cartón, pasar noches en vela para recuperar la empresa quebrada, vender baratijas en trenes y colectivos, aprender a producir artesanías para subsistir, tirar la manta en la calle frente a la mirada adusta de la policía, bancar la parada en la feria, salir con el carro a caballo a fletear, subirse a la moto arriesgando la vida para llevar mensajes y encomiendas, cultivar la tierra frente a la amenaza constante del agronegocio, sostener un emprendimiento familiar ante la competencia de los monopolios, pintar una escuela o barrer las calles por un mísero subsidio, cuidar chicos en el barrio, cocinar en los comedores, trabajar
en espacios comunitarios.”2 Desde esta realidad donde aprendimos a “gambetear por la orilla” urbanas y campesinas, nos fuimos reconociendo como sector, organizando y descubriendo que este trabajo nuestro también podía y debe tener derechos y que, además, generábamos soluciones sustentables a varias de nuestras problemáticas como el hambre, la contaminación, el acceso a la vivienda y la crianza de nuestros hijos e hijas.
Otros de nuestros compañeros y compañeras ubican a nuestro sector históricamente en la
organización de las sociedades pre-capitalistas. Donde nuestros antecesores producían sus
alimentos, sus viviendas, sus productos textiles, su energía y realizaban el tratamiento de sus residuos. Parece lejano pero no es tan así. Nuestros ´más antiguos’ producían casi todo lo que consumían, y lo que no consumían lo trocaban en los incipientes mercados comunitarios a cambio de productos necesarios. No existía el concepto de “producir para el mercado” sino que cada núcleo familiar y/o comunitario producía para dar respuesta a sus propias necesidades y volcaba al mercado el excedente para cambiarlo por otros productos necesarios también. Una de las características era que el afán de lucro no era el principal motor de casi ninguna actividad productiva y la tierra no era un bien destinado a la renta. Hoy existen muchas experiencias de la Economía Popular vienen de esta línea o apuntan a ella como horizonte posible. Es decir, la organización popular para dar respuesta a problemáticas comunitarias sin el lucro como principal motor. Aquí
radica la potencia (y la amenaza) de nuestro sector.
Las organizaciones de la Economía Popular llevamos muchos años caminando en nuestro país. Reconociéndonos, pensándonos, construyéndonos, quebrándonos y reconstruyéndonos. Hemos logrado hacia afuera el reconocimiento del sector por parte de la clase política y del Estado, incluso en los medios de comunicación estamos comenzando a dar pequeños pasos en la batalla cultural de dar a entender que no somos piqueteros ni vagos sino trabajadores y trabajadoras de un sector, con un modo de producir y comercializar que queremos fortalecer para el bien de todos y de la Casa
Común. Hace unos años logramos la creación de la CTEP (Confederación de Trabajadores de la Economía Popular), luego avanzamos en la unidad e identidad con “Los Cayetanos” (la unión de la CTEP, CCC y Somos Barrios de Pie) y hace pocos días un gran paso de institucionalización (de esos pasos que no se vuelve) el lanzamiento de la UTEP, un sindicato novedoso que puede ser muy virtuoso y fructífero por el sector que representa pero con la gran conquista de la paridad de género.
Somos capaces de reflexión, acción y proceso. Lo sabemos. Puertas adentro de cada organización y/o unidad productiva tenemos nuestros espacios de capacitación en diversas temáticas para mejorar nuestra producción y darle valor agregado; para acceder al capital, la tecnología o la tierra; para pensar la comercialización y el comercio justo; cuidado de la salud; cuestiones de género; de crianza; e incluso la participación en la elaboración e implementación de las políticas públicas para nuestro sector.
En este tiempo de crecimiento y de poder instalarnos como sector en la arena política y en la boca de muchos políticos y políticas compañeros y de buena voluntad, consideramos fundamental hacer especial énfasis en la realidad de nuestra organización popular. No hay economía popular sin organización popular, y nos animamos a decir que sin organización popular no hay justicia social en este siglo XXI. La Economía Popular no está conformada por trabajadores y trabajadoras excluidas de un mercado laboral que se achica con el paso del tiempo y el avance de la tecnología, como quizá se pensaba en los 90. Hoy en el 2019 sabemos que la Economía Popular está conformada, sostenida y alimentada por las organizaciones de la Economía Popular que están repletas de trabajadores y
trabajadoras que por opción o necesidad deciden organizarse para pelear por sus derechos, su reconocimiento y su crecimiento. La Economía Popular no es un carrero en la ciudad de Salta, una familia que produce chanchos en el chaco salteño, un grupo de mujeres que se organizan para sostener un merendero los fines de semana en Tartagal, un vendedor de la vía pública, etc. Ellos y ellas son parte de la Economía Popular, pero en si lo que conforma y caracteriza a nuestro sector son los vínculos existentes entre nosotros y nosotras y la organización que nos damos para cada una de nuestras “ramas productivas”. La organización popular es la llave que construimos colectivamente y que nos permite abrir las puertas que histórica y estructuralmente están cerradas para los sectores excluidos. ¡Y vaya que estamos abriendo puertas!
Por toda nuestra historia y crecimiento podemos decir que el futuro nos desafía aun cuando para muchos y muchas de nuestros compañeros el desafío más importante hoy es poder garantizar un plato de comida en sus mesas. Y es la organización la que nos permite, a pesar de la crisis económica y social que nos generó el gobierno de Macri, construir el presente y futuro del sector. Entre los pasos a seguir el más importante es el paso de los planes sociales al trabajo genuino, desde nuestras unidades productivas, nuestros territorios y con el Estado como aliado para poder garantizar el “con
que”, capital, tierra, tecnología y mercado. Sabemos solucionar los problemas y necesidades de nuestras familias y comunidades, tierra, techo y trabajo, lo hemos hecho “sin nada”, podemos hacerlo a mayor alcance con el apoyo necesario. Somos parte de la solución y no del problema, a pesar de lo que muchos formadores de opinión intentan instalar. Esto solo será posible con el fortalecimiento de nuestra organización y formación, en cada localidad, en cada movimiento popular y en el hijo/a que hemos parido: la UTEP. Debemos cuidar lo logrado en esta nueva etapa donde creemos que siendo parte del gobierno de Alberto Fernández podremos avanzar como sector y como sociedad; debemos custodiar nuestros vínculos como organizaciones, el Evita, la Dignidad, la CCC, MNCI-Via Campesina, MTE, Somos, el Frente Darío Santillán, Seamos Libres. Los logros
fueron fruto de la unión, la unión fruto de la conciencia y la generosidad, la generosidad fruto de la necesidad y esencia de nosotros/as como pueblo. Conocemos nuestras debilidades y sabemos aprender de los errores cometidos. En este contexto político nacional pero principalmente regional debemos dar pasos firmes, de plomo, por más pequeños que sean. Somos conscientes de las amenazas que enfrente no solo nuestro sector, sino principalmente nuestra organización, porque para propios y ajenos que los/as pobres nos organicemos es siempre mala noticia (van a querer conducirnos y representarnos, domesticarnos). Pero más que nada debemos aprovechar las
oportunidades que nos hemos creado y se nos van dando a raíz del triunfo electoral de Octubre y del reconocimiento del presidente Alberto Fernandez. Para hacer bien el trabajo el fuego pa’ calentar debe ir siempre por abajo. Cuidemos el fuego. Cuidemos el abajo.
- Martín Fierro
- “Organización y Economía Popular”, de Juan Grabois y Emilio Persico.
*Miltante del Movimiento Evita, Pichanal, Salta.