

La última medición de riqueza de los países del Banco Credit Suisse (Global Wealth Report) determinó que cada chileno tiene un patrimonio promedio de 57 mil dólares, la cifra más alta de América latina. Es un nivel de ingresos similar al de muchos países europeos. Pero la feliz noticia cambia si estos números se cruzan con los niveles de desigualdad que mide la Cepal, que determinan que el 10% más rico de los chilenos se lleva el 66,5% de esa riqueza y que el 50% más pobre apenas el 2,1%. Incluso la brecha se da en el decil privilegiado, en el que sólo el 1% de la población se lleva el 26,5% de toda la riqueza que produce ese país. La protesta popular de la última semana, surgida a partir del alza del precio del transporte público, tiene raíces mucho más profundas en la desigualdad histórica del modelo chileno que en ese ajuste puntual.
Los privilegiados del 1% más rico de Chile obtienen el 26,5% de la riqueza de ese país. El estándar de vida de esos 180 mil ciudadanos está a la altura de cualquier millonario del Primer Mundo y sus ingresos tienden a aumentar cada año. Si se extiende el cálculo al 10% más favorecido, en promedio, tiene ingresos per cápita de unos 37.620 dólares, una cifra similar a la de Japón o Francia.
El 50% más pobre, en cambio, debe contentarse con niveles de Myanmar o Zimbabue, con sueldos promedio que rondan los 560 dólares y con una estigmatización social que empeora la inequidad en la que viven. Chile es un país calificado como ejemplo en el mundo de las finanzas y los mercados internacionales, las estadísticas le dan una razón aparente a esa visión positiva del modelo chileno, pero ocultan la realidad de la mayoría de la población, que no recibe ninguno de los beneficios de esa riqueza. Chile es el país más desigual entre los miembros de la OCDE y uno de los más desiguales de América latina.
Hay una tradición histórica en esta inequidad que parte del reparto de tierras de mitad del siglo XIX y que se profundizó en las últimas décadas, cuando se impuso un sistema neoliberal que ayudó a establecer una brecha mucho más profunda entre ricos y pobres. Sobre esa base se asentó el sistema que Milton Friedman bautizó como “el milagro chileno”.
La pobreza en Chile es un tema de debate. Oficialmente se reconoce un índice que en los últimos años ronda el 10%. Esto significaría que tiene un tercio de los pobres que registra la Argentina. Sin embargo, la forma de medir la pobreza en Chile es muy distinta, con los parámetros argentinos actuales, el resultado sería muy similar en los dos países hasta 2017 (alrededor del 25 a 30% de la población bajo la línea de pobreza), esto lo corroboró un estudio de la Fundación Sol, que estimó que un índice más ajustado a la realidad de la pobreza chilena estaría en 26,7%.
El dirigente chileno de centroizquierda Marco Enriquez Ominami apuntó el último domingo en el programa de Radio10 El fin de la metáfora, una posible causa de la reacción popular: “Se acabó el mito neoliberal de que quien trabaja más, gana más; ahora aunque se trabaje más, se gana menos”. Esa meritocracia prendió fuerte en la sociedad chilena desde la década de 1980, pero en la última década ha quedado demostrado que se trata de una falacia, que se complementa con otro tópico que está desmoronándose en muchas sociedades: tener trabajo ya no es garantía de no ser pobre.
Eduardo Blanco
Editor Red PP