En 2017, la energía solar y la eólica generaron más electricidad que las centrales eléctricas de carbón, hasta ahora la tercera fuente más importante de producción de energía en el continente europeo. Las renovables ya generan un millón de empleos, ayudaron a la reducción de 30 billones de euros en la importación de energía y su expansión ha generado un negocio de 130 billones de euros. El desarrollo de estas fuentes alternativas podría servir para generar enormes beneficios en la base social de países como la Argentina.
La energía solar, la eólica y la generada a partir de biomasa superaron al uso del carbón como fuente energética en 2017 en Europa. El dato histórico marca un cambio que de forma vertiginosa se está dando en el mundo desarrollado. Para dar una idea de la magnitud del crecimiento de las fuentes alternativas, hasta 2012 el carbón duplicaba la generación de energía eléctrica en ese continente.
Varios factores ayudaron a que las energías renovables empiecen a reemplazar a las convencionales en Europa. En los países nórdicos, Alemania, Inglaterra y Holanda, desde hace más de tres décadas hay políticas estatales estratégicas de apoyo a la sustitución de los combustibles sólidos y el petróleo. La dependencia de ese continente de la importación de combustibles fósiles es un dato central para entender ese desarrollo.
Al mismo tiempo, los avances tecnológicos permitieron mejorar la eficacia de los sistemas alternativos y la posibilidad de generar energía suficiente abarató los costos en un 80 por ciento desde que comenzaron a implementarse los primeros sistemas solares europeos.
El récord de las renovables fue certificado en el informe anual The European Power Sector in 2017, elaborado por las organizaciones Sandbag (Reino Unido) y Agora Energiewende (Alemania).
Las posibilidades en países en desarrollo
La tecnología que permite aprovechar la luz solar, el viento y los residuos como fuente de energía modifican sustancialmente la forma de recibir la energía en los hogares. Ya no se requieren enormes centrales distribuidoras porque el abastecimiento se puede hacer de forma local, desconcentrando y desmonopolizando la distribución. Ese factor es fundamental para que los usuarios recuperen la posibilidad de participar del proceso de producción energética y puedan sacar provecho de esa nueva forma de generación.
Ese cambio permite pensar que es posible la participación popular en el desarrollo y la difusión de las nuevas energías. Así lo ha entendido, por ejemplo, Dinamarca, que impulsó la energía eólica con una ley que promueve que el 20 por ciento de la producción sea gestionado por organizaciones comunitarias. Una medida que ayudó ha convertir a ese país en el líder europeo en energía producida por el viento.
Países como la Argentina, donde abunda el recurso natural, podría implementar un sistema de producción popular de energía a partir de las cooperativas de servicios públicos existentes y de una política que habilite a los ciudadanos a producir y volcar el excedente de la energía que producen, recibiendo beneficios por sus aportes como sucede en varios países europeos.
Naturalmente el beneficio para los sectores populares será mayor cuanto mayor sea la desconcentración del sector. Las distintas etapas de desarrollo de estas energías, desde la instalación de los sistemas hasta el volcado del excedente pueden generar una importante cantidad de puestos de trabajo. En Europa, se calcula que hay un millón de personas trabajando en empresas vinculadas con las renovables.
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