Una investigación de Mattheu Desmond, Premio Pullitzer 2017, para la revista del New York Times revela que el crecimiento del empleo en los Estados Unidos no está asociado con una mejora de la vida de los pobres y que la mayoría de los norteamericanos tiene prejuicios erróneos sobre sus compatriotas pobres. “En lugar de rendir cuentas, Estados Unidos invierte sus roles culpando a los pobres de sus propias miserias”, concluye Desmond. Les dejamos aquí algunos fragmentos de esa investigación.
El martes 11 de septiembre, la revista del New York Times publicó una extensa nota de fondo sobre la situación de los pobres en los Estados Unidos bajo el título: Los estadounidenses quieren creer que los empleos son la solución la pobreza. No lo son. El escritor Mattheu Desmond, toma como base la historia de una mujer pobre con tres hijos, Vanessa, para confrontar cada prejuicio sobre la pobreza con datos que demuestran que la realidad casi siempre la opuesta a lo que la mayoría supone.
“En estos días, nos dicen que la economía estadounidense es fuerte. El desempleo ha disminuido, el promedio industrial Dow Jones está al norte de 25.000 y millones de empleos no se han completado. Pero para personas como Vanessa, la pregunta no es: ¿puedo conseguir un trabajo? (La respuesta es casi con certeza, sí, puedes). En cambio, la pregunta es: ¿qué tipos de trabajos están disponibles para las personas sin mucha educación? En general, la respuesta es: empleos que no pagan lo suficiente para vivir”, sostiene Desmond.
“En las últimas décadas, el tremendo crecimiento económico de la nación no ha llevado a una gran elevación social. Los economistas lo llaman la «brecha de productividad-pago»: el hecho de que en los últimos 40 años, la economía se ha expandido y las ganancias corporativas han aumentado, pero los salarios reales se han mantenido estables para los trabajadores sin educación universitaria. Desde 1973, la productividad estadounidense ha aumentado en un 77 por ciento, mientras que el pago por hora ha crecido solo en un 12 por ciento. Si el salario mínimo federal registrara la productividad, sería más de 20 dólares por hora, no el salario de pobreza actual de 7.25”.
La nota explica que el descrédito de los sindicatos tiene su importancia en esta situación. El ataque político a los gremios y el aumento del poder de las corporaciones le ha restado poder de negociación a la base, indica el autor. “Esta economía desequilibrada explica por qué la tasa de pobreza de los Estados Unidos se ha mantenido constante en las últimas décadas, incluso a medida que ha aumentado el gasto de bienestar per cápita. No es que los programas de red de seguridad no ayuden; por el contrario, levantan millones de familias por encima de la línea de pobreza cada año. Pero una de las soluciones antipobreza más efectivas es un trabajo decente, y eso ha escaseado para personas como Vanessa”, enfatiza.
El Estado de Bienestar
La investigación se detiene en algunos tópicos del pensamiento de la sociedad norteamericana, que son muy similares a los que sostienen otras sociedades como la Argentina respecto de la pobreza. Uno de ellos es que los pobres no quieren trabajar y son culpables de su situación por “vagancia”.
“Los estadounidenses a menudo suponen que los pobres no trabajan. Según una encuesta de 2016 realizada por el American Enterprise Institute, casi dos tercios de los encuestados no pensaban que la mayoría de la gente pobre tuviera un trabajo estable; en realidad, ese formaban parte de la fuerza de trabajo. Un poco más de un tercio de los encuestados cree que la mayoría de los receptores de asistencia social preferirían seguir recibiendo asistencia social en lugar de ganarse la vida”, señala la nota.
Sin embargo, los datos muestran otra realidad: “Según Brookings Institution, en 2016 un tercio de los que viven en la pobreza eran niños, el 11 por ciento eran ancianos y el 24 por ciento eran adultos en edad laboral (18 a 64) en la fuerza de trabajo, trabajando o buscando trabajo. La mayoría de los pobres en edad de trabajar conectados al mercado laboral eran trabajadores a tiempo parcial. La mayoría no podía tomar muchas más horas debido a las responsabilidades del cuidador, como Vanessa, o porque su empleador no ofrecía esta opción, lo que los convertía en trabajadores involuntarios a tiempo parcial. Entre los adultos restantes en edad laboral, el 12 por ciento estaba fuera de la fuerza laboral debido a una discapacidad (incluidos algunos inscriptos en programas federales que limitan el trabajo), el 15 por ciento eran estudiantes o cuidadores y el 3 por ciento eran jubilados anticipados. Eso deja al 2 por ciento de las personas pobres que no encajaban en una de estas categorías. Es decir, entre los pobres, dos de cada 100 son adultos en edad laboral desconectados del mercado laboral por razones desconocidas. La persona pobre que no trabaja, que recibe algo a cambio de nada, se parece mucho a la trampa que comete el fraude electoral: los parias que aparecen mucho más en la imaginación estadounidense que en la vida real”, anota Desmond.
Para impedir ese presunto “vivir a costa del Estado”, se impuso la idea de que, para obtener asistencia pública, los beneficiarios debían cumplir con una determinada cantidad de horas de trabajo como requisito. “Los defensores de los requisitos laborales obtuvieron una victoria histórica con la reforma de asistencia social a mediados de la década de 1990. Propuesto por los republicanos de la Cámara de Representantes, dirigido por el presidente Newt Gingrich, y firmado por el presidente Bill Clinton, la reforma de la asistencia social fijó los requisitos de trabajo y los límites de tiempo para la asistencia en efectivo. El número de casos cayó a 4.5 millones en 2011 de 12.3 millones en 1996. ¿Funcionó de hecho el «bienestar para trabajar»? ¿Fue un gran éxito para reducir la pobreza y sembrar prosperidad? Apenas. Como Kathryn Edin y Laura Lein mostraron en su libro de referencia, Making Ends Meet, las madres solteras empujadas al mercado laboral de bajos salarios ganaron más dinero que con los planes de bienestar, pero también incurrieron en más gastos, como transporte y cuidado de niños, que anuló las ganancias modestas de ingresos. Lo más preocupante, sin asistencia garantizada en efectivo para los más necesitados, la pobreza extrema en Estados Unidos aumentó. La cantidad de estadounidenses que viven con solo 2 dólares o menos por persona por día se ha más que duplicado desde la reforma de la asistencia social. Aproximadamente tres millones de niños, una cifra que excede la población de Chicago, ahora sufren bajo estas condiciones. La mayoría de esos niños viven con un adulto que tuvo un trabajo en algún momento durante el año”. Un fracaso rotundo del Estado de Bienestar.
Para Desmond, en lugar de rendir cuentas, “Estados Unidos invierte sus roles culpando a los pobres de sus propias miserias”. En esta crítica incluye hasta a los políticos más alejados del establishment: “Incluso los incondicionales del movimiento progresista parecen reservar prosperidad económica para el trabajador a tiempo completo. El senador Bernie Sanders una vez declaró, haciéndose eco de una larga línea de demócratas que han venido antes y después de él, «nadie que trabaje 40 horas a la semana debería vivir en la pobreza». Claro, pero ¿qué pasa con los que trabajan 20 o 30 horas, como Vanessa ?”.
¿Cómo se sale de esta situación? El autor propone un cambio social de mirada hacia los pobres: “Necesitamos un nuevo lenguaje para hablar sobre la pobreza. ‘Nadie que trabaje debería ser pobre’, decimos. Eso no es suficiente. Nadie en Estados Unidos debería ser pobre, punto. Ninguna madre soltera luchando por criar hijos por su cuenta; ningún hombre anteriormente encarcelado que haya cumplido su condena; ningún joven consumidor de heroína luchando contra la adicción y el dolor; ningún conductor de autobús jubilado cuya pensión se desperdició; nadie. Y si respetamos el trabajo duro, entonces deberíamos recompensarlo, en lugar de desplegar este valor para avergonzar a los pobres y justificar nuestra desmedida desigualdad. ‘He trabajado duro para llegar adonde estoy’, se podría decir. Bueno, claro. Pero Vanessa también ha trabajado duro para llegar adonde ella está”.
Pueden leer la nota completa en el siguiente link:
www.nytimes.com/2018/09/11/magazine/americans-jobs-poverty-homeless.html