Por Enrique Mario Martínez*
Un día antes de la asunción del Presidente Alberto Fernández, La Paco Urondo publicó una nota mía, titulada Baja Calificación, que parece haber sido leída por muchos compañeros.
Allí presento a la discusión colectiva el camino de generar trabajo mediante tareas de baja productividad y dicho muy sintéticamente, sostengo que eso puede ser un paliativo inevitable en la emergencia absoluta, pero no garantiza la mejora general de la calidad de vida.
La idea merece ser profundizada.
Hay varios pueblos en la historia moderna que tuvieron como prioridad excluyente que toda la población económicamente activa tuviera un trabajo, cualquiera fuera, para considerar ese estado un piso a partir del cual crecer. El punto es que ninguno pudo transitar virtuosamente esos senderos, al menos dentro del capitalismo. No quiere esto decir que no se pueda o deba intentar, solo que se debe tener en cuenta que cada nuevo escenario está acompañado de un cambio de las relaciones de poder económico, que a su vez determina la factibilidad de la etapa siguiente.
Veamos primero la producción de servicios.
En un par de generaciones, la limpieza de oficinas, un servicio de taxi, el mantenimiento de edificios de vivienda, los alquileres temporarios a turistas, entre muchas otras actividades, han ido mutando hacia la lógica capitalista estricta, apareciendo empresarios que negocian con los usuarios y contratan a las personas que hacen el trabajo de manera concreta, quedándose en el medio con buena parte del valor de la tarea. Hay allí una pérdida de calidad de vida para los trabajadores, que no se resuelve con la reglamentación sindical de la tarea. La verdadera y única solución es eliminar el capitalista de la cadena a la cual ha invadido y promover la prestación directa del servicio, o mejor: las cooperativas de servicio.
Un peón de taxi, por caso, sabe perfectamente que su vida sería vivible solo si tuviera a la mano un crédito accesible para comprar su auto, complementado eso con una norma que bloquee el acceso de rentistas a tener coches solo para alquilarlos. Uber no es más que una variante perversa de un sistema que explota a quien trabaja al volante de un taxi.
Toda corporación privada o pública tiene contrato para limpiar sus oficinas con chupasangres expertos en llenar formularios para licitaciones, apañados por sindicalistas cómplices. Tan dura es la dependencia de los trabajadores del sector que cuando alguien promueve que se cooperativicen, debe tener cuidado que no se repita la advertencia de Paulo Freire, cuando nos recuerda que el oprimido cuando se libera solo tiene como referencia la conducta del opresor, para descubrir que en las cooperativas falta capacidad de liderazgo auténtica.
Podría seguir caso por caso, pero enfatizo la conclusión: El problema central es evitar la dependencia de un explotador, que asume formas diversas. Si eso no se consigue, se genera trabajo y pobres a la vez. Adicionalmente, se bloquea el aumento de productividad que es una necesidad social en toda tarea, ya que al capitalista solo le interesa contratar personas con salarios bajos y brazos fuertes.
En la producción de bienes, el problema es similar, pero más difícil de resolver porque normalmente está menos visible y la salida requiere contar con capital.
Para no cansar, recurro al ejemplo típico del cartonero, hoy llamado recuperador urbano. Esta actividad se generalizó hace 20 años. Primero se la vio como una molestia; más tarde se pasó a asistir a los cartoneros con vacunas y guantes; con los años y la lucha de esforzados militantes que lograron agruparlos para interpelar al ámbito público, se llegó a la situación actual, en que en varios ámbitos han sido equipados para instalar plantas de separación que concentran la recepción de material provisto por centenares de recolectores. Esos trabajadores, que son una fracción aún menor del total del sector, pero marcan una tendencia, reciben un subsidio estatal y lo complementan con la venta de material separado. Por cifras que difunden los mismos compañeros, su ingreso es hasta hoy menor a la canasta básica.
Este escenario se conoce, se lo estudia cada día más. Se lo considera un avance respecto de la desprotección absoluta previa, a la cual ahora se agrega la sindicalización de los involucrados.
Poco y nada se sabe de lo que sucede luego con el material recuperado. Hay oligopolios para procesar el cartón, el papel, los plásticos de mayor volumen, que resultan ser los directos beneficiarios del trabajo de decenas de miles de cartoneros. A ellos la opinión pública ni los conoce, no llegando a advertir mínimamente el grado de traslado de valor agregado que representa el esfuerzo ingrato de tanto laburante, que recordemos además es financiado en parte por subsidios estatales indirectos.
Este panorama, ¿lo resuelve un sindicato? ¿Qué reclame ante quien, ante los oligopolios o ante el Estado para aumentar los subsidios?
La única solución definitiva, otra vez, es eliminar la dependencia del poder económico e integrar la cadena hacia adelante, sin perder el control del material recuperado a reciclar. Eso requiere tecnificar la separación en origen; tecnificar la recolección, eliminando el carro; la separación primaria; el agregado de valor posterior. ¿Parece utópico?
Recomiendo visitar la planta de separación municipal de Tafí Viejo en Tucumán, para mencionar el caso de claridad conceptual líder entre decenas que conocí, modelizar esa tarea, fortalecerla y multiplicarla.
Dejo aquí, reiterando: la llamada baja calificación siempre está al servicio de alguien que lucra con ella. Las soluciones de fondo, tarden lo que tarden, pasan por aumentar la productividad de cada tarea y conservar el valor generado en manos de quienes lo producen.
*Pulicada originalmente por la Agencia Paco Urondo www.agenciapacourondo.com.ar/