El ejemplo de crecimiento de Portugal, con políticas sociales que van a contramano del libreto neoliberal, es uno de los modelos que sirven como evidencia de que hay otros caminos posibles. La paradoja es que mientras en muchos países como la Argentina se habla de seguir el camino portugués, entre los portugueses empiezan a aparecer dudas sobre el futuro y resurgen tensiones sociales que parecían superadas ¿el paradigma del Estado de Bienestar sin un cambio estructural está mostrando sus límites?
Portugal lleva tres años consecutivos de incremento del salario mínimo; las jubilaciones se han recuperado luego de caer estrepitosamente tras la crisis de 2008; el desempleo ha caído al 6,5%, el más bajo desde 1991, y es uno de los países europeos con mayor crecimiento. Es un contraste notable respecto a la terrible crisis que atravesó entre 2008 y 2015, con un ajuste brutal y un desempleo que llegó al 16,3%.
La llegada al poder del Primer Ministro Antonio Costa, en 2015, fue parte de un acuerdo inédito entre socialistas y comunistas. Allí se acordó implementar políticas sociales que recuperaran la economía interna como motor de crecimiento. La gran diferencia con la situación actual de países como la Argentina es que para 2015 la deuda que había acumulado Portugal de 78 mil millones de euros estaba casi saldada.
Desde entonces, los portugueses fueron el modelo a difundir contra la ola neoliberal. Los resultados sirven para demostrar que hay otro camino posible y que se pueden pensar escenarios más equitativos a partir de romper mitos como que el aumento del gasto público lleva necesariamente a consecuencias nefastas.
Pero a lo largo de 2019 se ha reactivado la protesta social y algunos indicadores empiezan a poner avisos sobre los límites del modelo portugués. Analizar qué está pasando es esencial para entender las debilidades de un gobierno con buenas intenciones.
Uno de los problemas de mayor cuidado es el del mercado inmobiliario. La especulación con las viviendas crece en Lisboa y ha provocado un aumento significativo de los desalojos de inquilinos. La razón principal es que gran parte del crecimiento portugués está vinculado a un aumento del sector turístico, cuya participación en el PBI pasó del 13% al 17%. Como se favoreció el ingreso de capitales extranjeros, se han multiplicado las inversiones especulativas y los dueños de las propiedades pueden desalojar a sus inquilinos y venderlas a un muy buen precio o alquilarlas con una renta mucho más alta a los turistas.
Una prueba de este desfasaje de mercado es que las viviendas alquiladas a turistas han aumentado un 3.000% en Portugal y que Lisboa es la ciudad europea más requerida por quienes usan la plataforma de arrendamiento turístico Airbnb. La exención impositiva a inversiones extranjeras, aprobada antes de la llegada de Costa, ayuda a que el panorama se complique aún más.
Otra paradoja es que mientras se ha reducido notablemente el déficit fiscal, la recaudación no ha sido utilizada para reactivar el sector público. Los servicios han empeorado, el sistema de salud sufre un deterioro grave y las universidades tienen serios problemas financieros. La vivienda social, un tema central frente a la crisis inmobiliaria, prácticamente no existe. El Estado portugués es uno de los que más crece, pero también es el que menos invierte en toda Europa.
Otro aspecto fundamental es el del empleo. Como el mayor crecimiento se ha dado en el sector turismo, la precarización laboral es notable. La espectacular baja de 10 puntos en el desempleo se ha dado en un contexto en el que el nivel general de salarios está por debajo del que había antes de la crisis de 2008. Los docentes, por ejemplo, consiguieron un pequeño aumento en junio, después de 9 años de congelamiento salarial. Hay trabajo, pero trabajo de menor calidad y peor retribuido.
La legislación laboral y los beneficios sociales han quedado relegados por medidas del anterior gobierno que los socialistas no han modificado. Más de la mitad de los empleos creados en 2018 se rigen por contratos temporales y las horas extras de trabajo frecuentemente no se pagan. En ese sentido, el crecimiento portugués es similar al de sus vecinos españoles, cuyos trabajadores en el último trimestre no han cobrado la mitad de los 6 millones de horas extras que trabajaron, de acuerdo con un registro oficial del Instituto Nacional de Estadísticas (INE).
El modelo de Portugal tiene muchos aspectos rescatables y vale como ejemplo alternativo frente a las políticas de pauperización que propone el capitalismo financiero. Pero como todo esquema socioeconómico, requiere que se analicen todos sus aspectos y que se identifiquen también sus debilidades.
Las políticas sociales que antes eran identificadas como Estado de Bienestar tienen un corto recorrido virtuoso si no se las acompaña de una reforma más a fondo, que limite el resurgimiento de mercados controlantes que distorsionan la economía. Las dificultades que empiezan a aparecer en Portugal están relacionadas con la falta de Democracia Económica.
Los trabajadores están ocupados, pero el 10% que trabaja está por debajo del índice de la línea de pobreza y otro porcentaje significativo (65% entre los jóvenes) tiene vulnerados sus derechos laborales. Trabajan, pero no ganan un salario digno y, en muchos casos, la situación se agrava porque no tiene acceso a otro derecho básico como la vivienda.
Conocer este panorama es necesario para entender qué se puede tomar y qué se debe corregir de una experiencia que se está desarrollando a contramano del pensamiento hegemónico.
Eduardo Blanco
Editor Red PP