La apertura de la importación de carne porcina desde los Estados Unidos generó la crítica de los empresarios que concentran la actividad en la Argentina, que alertaron por el riesgo sanitario y la pérdida de empleos que puede ocasionar esa medida. Pero, al mismo tiempo, reclamaron que subsidien al sector como hacen los norteamericanos y se baje el “costo argentino” para ser más competitivos. Los más perjudicados son los pequeños productores que representan el 96% de los establecimientos de producción primaria y son explotados por intermediarios, consignatarios y grandes establecimientos que han aprovechado el crecimiento del sector en las dos últimas décadas.
Es capitalismo de manual. Un país central (Estados Unidos) le impone a un país periférico (Argentina) que elimine la restricción del ingreso de carne porcina, que fue suspendido hace 25 años por razones sanitarias (la carne de cerdo en Estados Unidos tiene la enfermedad denominada del “Pie Azul” o Síndrome Respiratorio Reproductivo Porcino). A cambio promete impulsar el ingreso de los limones argentinos al mercado estadounidense.
Argentina acepta el trato, pese a que no hacía falta. Estados Unidos tiene la obligación de permitir el ingreso de los limones argentinos por una resolución de la Organización Mundial del Comercio (OMC) porque esa entidad no encontró motivos valederos para el proteccionismo que impedía el acceso a ese mercado.
El ministro de Agricultura, Ricardo Bruyaile, defendió el acuerdo con los Estados Unidos en nombre de la necesidad de promover una mejora en las relaciones comerciales que permita el ingreso de productos argentinos en Estados Unidos y, al mismo tiempo, genere confianza en el mundo de los inversores. En menos de una semana el gobierno norteamericano moderó ese entusiasmo con la decisión de arancelar el biodiesel argentino y dejarlo prácticamente fuera de ese mercado.
El comunicado oficial de la Casa Blanca sobre el tratado tiene un tono triunfalista llamativo: «El anuncio de hoy es una gran victoria para los productores estadounidenses de carne de cerdo y demuestra que el Presidente Trump está obteniendo resultados reales para los agricultores y rancheros de Estados Unidos». En el mundo capitalista, basado en la lógica de ganadores y perdedores, la victoria de los Estados Unidos debería entenderse como una complicación para la producción local.
Una cadena típica de explotación y concentración
El mercado local de ganado porcino tiene las características clásicas de las cadenas productivas de una economía concentrada. Pequeños productores y unidades familiares que sobreviven con la cría en condiciones de absoluto desamparo y que son explotados por intermediarios y consignatarios a los que malvenden su producción por los altos costos que tiene la alimentación del ganado.
La situación de esos productores empeoró con la decisión del gobierno en 2016 de quitar las retenciones al maíz, medida que triplicó el precio de ese cereal, principal insumo para la alimentación porcina. Ese costo resultó imposible de afrontar para los pequeños productores que no reciben ningún tipo de apoyo a su actividad. La Federación Económica de la Provincia de Buenos Aires calculó que el 20% de los productores de unidades familiares o baja escala habían abandonado la actividad a lo largo del año pasado. Otro factor que complicó a los productores argentinos fue la apertura importadora que en el caso del cerdo aumentó un 110% en 2016.
Una investigación del INTA (Análisis de la cadena de carne porcina en la Argentina, Iglesias-Ghesan, 2013) explica que hasta 1990, el mercado porcino era una actividad secundaria a cargo de pequeños productores, destinada a cubrir el mercado local. Durante la década de 1990 el mercado incorporó tecnología y mejoró la productividad mientras se desplazaba a los pequeños productores, afectados por la importación desde Brasil y la convertibilidad que aumentó notablemente los costos.
Así se fue dando una situación en la que los pequeños y medianos productores mantuvieron los eslabones más débiles de la cadena, los que corresponden a la producción primaria mientras que los grandes establecimientos que empezaron a aparecer concentraban las ganancias del sector. Hacia 2003 el 65% de la faena quedaba a manos de sólo 10 empresas.
Para tener una idea de la importancia que tienen los pequeños productores en la cadena, hacia 2013 el 96% de los establecimientos registrados tenían menos de 50 madres, pero representaban apenas el 43 por ciento de las cabezas, mientras que los grandes establecimientos, que sólo representan el 1,3% de los establecimientos concentraban el mismo porcentaje. Esta particularidad se entiende por los bajos niveles de producción de las pequeñas unidades, que no tienen tecnología ni capital para competir. Esta desventaja provoca que los grandes productores tengan rendimientos un 190% más alto que los pequeños.
La reacción de las empresas argentinas ante el convenio con los Estados Unidos fue inmediata. La Cámara de Productores Porcinos de Entre Ríos (Capper), expresó su “preocupación” por el anuncio oficial porque “sin duda, la medida afectará la producción local no sólo en términos comerciales sino también en términos de salud”. El pedido de las principales empresas no contempla a los eslabones más débiles del mercado local sino que exigen: “Las mismas herramientas competitivas que tienen los productores en los Estados Unidos, la principal fuente de producción de carne de cerdo en el mundo. Además de la falta de promotores de crecimiento, el costo argentino es una barrera que hace imposible competir en igualdad de condiciones y llegar a las góndolas con los mismos precios».
El trillado tema del “costo argentino” refiere a los costos del transporte, pero también a los derechos laborales de los trabajadores, que en la visión empresaria constituyen una quita de competitividad que debe superarse mediante una reforma laboral que les permita achicar gastos. Respecto de las “herramientas competitivas”, es claro que piden una protección estatal como la que tienen los productores estadounidenses. Lo que no reclaman es una reorganización de la cadena de valor que mejore los ingresos de los pequeños productores explotados por quienes concentran el negocio.
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