La explotación de montes por parte de la comunidad gallega tiene una larga historia solo interrumpida durante la dictadura de Francisco Franco. Desde 1980, una ley permite que cada individuo que se traslada a vivir a un lugar o parroquia que cuente con Monte Vecinal pueda formar parte de la comunidad participando en la toma de decisiones y en los aprovechamientos del monte. Esta tradición está protegida de los posibles intentos especulativos porque la propiedad de los montes es colectiva, no se pueden comprar ni vender, no se puede repartir individualmente ni embargar.
La cuarta parte del territorio gallego, más de 700.000 hectáreas, corresponde a los montes vecinales de propiedad comunal, gestionado por 2835 comunidades propietarias. Los consejos de estas comunidades tienen a su cargo una importante tarea social. Son generadores de trabajo con recursos propios a través de las explotaciones comunes, fundamentalmente en la actividad forestal, pero también ganadera, agroecológica y de turismo rural.
El aspecto económico de estos montes “de mano común” se complementa con la asistencia a demandas comunitarias. En esos montes se crean locales socioculturales para organizar actividades de interés de los vecinos, se mantienen los accesos a los núcleos poblacionales cercanos, se crean zonas de esparcimiento y se estimula la conservación del hábitat mediante prácticas sustentables.
En general, las comunidades propietarias de montes vecinales en Galicia dedican estas superficies fundamentalmente al aprovechamiento forestal en exclusiva, aunque existen muchos casos donde se compatibilizan diversos tipos de aprovechamiento como el ganadero, canteras y parques eólicos. Los montes vecinales no solo tienen importancia como señal de identidad y de la cultura gallega, sino también como un indicador económico y productivo.
Si bien el panorama de las comunidades es muy heterogéneo y en algunos casos tienen dificultades administrativas o de falta de proyectos, hay un gran número de Comunidades de Montes que han adoptado un modelo que busca vincular la función económica, la ambiental y la social, en la búsqueda de un equilibrio que no contemplan las explotaciones del el economicismo tradicional.
En ese sentido, es muy importante el impulso que estas entidades vecinales le han dado a los cultivos agroecológicos y a la cría de ganado en libertad, para obtener carne de mayor calidad promoviendo las razas autóctonas que estaban en riesgo de extinción. Ese giro productivo hacia una alimentación sustentable atendiendo una demanda social insatisfecha ha permitido que los Montes vecinales gallegos encuentren una forma de reciclarse dinámica y saludable.
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