Se acaba de conocer una nueva medición de los índices de pobreza de los Observatorio de la Deuda Social, de la Universidad Católica. Esta vez la estimación es que hay 13,5 millones de pobres en la Argentina. La medición de la pobreza ocupa a dirigentes políticos, periodistas y académicos que invariablemente se detienen en el detalle del número de pobres y los porcentajes correspondientes. Pero la cifra es una arbitrariedad estadística que podría achicarse notablemente con los parámetros que venía tomando la ONU o duplicarse con las mediciones europeas. Mientras la previsible discusión numérica se desarrolla, nadie discute cómo enfrentar a la pobreza por fuera de las recetas capitalistas que ya han mostrado su fracaso.
El Observatorio de la Deuda Social Argentina, dependiente de la Universidad Católica (UCA), informó que el índice de pobreza- según sus métodos de medición- llegó al 31,4% de la población. Lo que equivale a que hay casi un millón y medio más de pobres desde que asumió Mauricio Macri, en diciembre de 2015.
Es el dato que, como sucede cada vez que se da a publicidad ese índice, ocupa a funcionarios, dirigentes, economistas y periodistas. Todos debatiendo sobre el número. Sus antecedentes y sus consecuencias. Nadie sobre qué se debería hacer para solucionar la pobreza.
De la importancia del guarismo por encima de la búsqueda de soluciones da cuenta el discurso oficial. El jefe de Gabinete, Marcos Peña, no se cansa de prometer que “las próximas mediciones van a ir mejorando”. La ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, admite que el de la pobreza “es un número que duele”.
¿Quién decide el número?
El conteo de pobres es un dato por lo menos discutible, habida cuenta de las múltiples medidas de la pobreza que existen, con metodologías para todos los gustos. En la Argentina tanto pueden dar 28,6% con el método INDEC, 31,4% con el método UCA, 12% con el método ONU previo a la última reforma del índice o 60% si se aplica el estándar de países como Alemania o Suiza.
La arbitrariedad de estas cifras es notoria. La ONU calculaba hasta noviembre que en los países “en desarrollo” se sale de la pobreza ganando 1,90 dólares diarios. Eso le permitía asegurar que “solo” había 767 millones de pobres en el mundo. Pero a partir de ahora se ajustó esa cifra a 3,20 dólares para los países pobres y 5,50 para las naciones desarrolladas y, de un día para otro, aparecieron 3.400 millones de pobres, el 48,4% de la población mundial.
Aún así, la intención es disimular que si se unificara un parámetro para medir la pobreza en las 194 naciones reconocidas por ese organismo y se pusiera un ingreso promedio equiparable con el Primer Mundo, el 70 por ciento de la población mundial viviría en la pobreza. Sería, entonces, un indicativo de que el sistema capitalista -que creó y sostiene organismos internacionales como la ONU o el Banco Mundial- es un fracaso, al menos para la inmensa mayoría que queda excluida.
Si se toma el caso de Suiza hay un componente de la medición de pobres en ese país que vale la pena analizar. Allí se suma como pobres a los ciudadanos “que temen quedarse sin trabajo” ¿es una ridiculez? Nada de eso, es un parámetro que tiene relación directa con la calidad de vida y es aplicable sin ninguna duda a los argentinos.
Lo que interpretan los suizos es que una persona angustiada por su situación económica no puede tener una calidad de vida digna y, por lo tanto, ellos y sus familias sufren presiones parecidas a las personas que están excluidas del sistema. No se trata aquí de que pueda o no adquirir una cantidad determinada de bienes y servicios, la presión social, el consumismo, las relaciones sociales; ponen a estos trabajadores en una tensión que les impide llevar una buena vida.
Las soluciones
El presidente Mauricio Macri había manifestado el 29 de noviembre, al asumir la presidencia del G-20, que su gran compromiso es “reducir la pobreza y generar un crecimiento inclusivo”. Una semana antes, había asegurado que la única forma de reducir la pobreza es con la creación de empleo, esa es su imprecisa propuesta mientras el número de pobres argentinos aumenta, especialmente los indigentes.
Peña, Stanley y Rogelio Frigerio, por su parte, coinciden en que hay que esperar a las inversiones para que se reactive la economía y se cree un círculo virtuoso de trabajo. Es decir que el trabajo que propone Macri llegaría si las inversiones llegan. Si tardaran mucho o directamente no vinieran, no mencionan que haya un plan alternativo para los pobres.
Desde la oposición, más allá de las críticas al modelo económico de Cambiemos y la exigencia de un cambio de rumbo, no hubo propuestas que expliquen justamente hacia dónde debería cambiar el rumbo, ni la intención de debatir el centro de la cuestión en ámbitos como el Congreso. Daniel Arroyo, del Frente Renovador, propuso en una nota de La Nación un paliativo asistencialista como la declaración de la Emergencia Alimentaria. Una medida para la urgencia que no resuelve el problema de fondo.
El “crecimiento”, el “desarrollo”, la “sustentabilidad”, el “empleo”; son términos del modelo capitalista que a menudo se usan como presuntas soluciones a la pobreza. Pero en las últimas tres décadas han proliferado ejemplos de que aún los países que crecen no logran reducir la pobreza. India es una de las economías más dinámicas de ese período y pese a la riqueza acumulada tiene en su territorio un tercio de los indigentes del mundo. En Latinoamérica, Paraguay y Perú lograron crecer en la última década, pero sus índices oficiales no lograron bajar del 20% de pobreza e incluso en el caso de los paraguayos volvió a crecer en el último año hasta casi el 25%.
Del mismo modo que el trabajo tampoco es un seguro contra la pobreza. Gran parte de los trabajadores del mundo, incluso en países desarrollados, ha visto reducir su poder adquisitivo mediante reformas laborales o flexibilizaciones que recortan las posibilidades de “ascender económicamente” como prometía el sistema hace un siglo. En los Estados Unidos, las últimas estadísticas dan cuenta de la existencia de 41 millones de ciudadanos que pasan hambre y el salario real está estancado desde hace casi tres décadas.
El Coordinador del Instituto para la Producción Popular, Enrique Martínez, explica en su nuevo libro Ocupémonos, el fin de esa promesa capitalista: “Durante mucho tiempo se sostuvo que la periferia del mundo, donde la inestabilidad social provocada por el capitalismo global es notoria, penaba por la incapacidad de sus comunidades y sus gobernantes para construir caminos virtuosos de integración al mundo. Hoy, después de las crisis reiteradas y endémicas en el propio mundo central sabemos que podemos descartar esa afirmación como parte dela manipulación a la que son sometidos nuestros pueblos. La incapacidad del sistema para asegurar el bienestar colectivo está instalada, con diversas formas, en todo el planeta”
En momentos en que se desarrolla una reunión de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Buenos Aires y se escuchan los mismos argumentos sobre el libre comercio y la integración al mundo, vale la pena reflexionar sobre la verdadera forma de superar la pobreza. Un debate que debería ser saldado sin la falsa esperanza de que el capitalismo sea capaz de cambiar su esencia. Otros caminos, como el impulso de experiencias donde el lucro no sea el objetivo central de la producción y en las que se respete la igualdad de derechos económicos para los trabajadores, merecen entrar en el debate público como una alternativa posible de cambio real para superar la pobreza de argumentos que limita la discusión a un mero número estadístico.
Eduardo Blanco